Argonauta

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domingo, 27 de diciembre de 2009

"Mi abuelo"

 Sé, que era carpintero, que tuvo seis hijos, que le pilló la guerra en lo peor de su vida, y defendió al gobierno elegido democráticamente luchando en las filas republicanas. Fue detenido tres meses después de acabar la contienda civil, denunciado por un vecino y condenado a la pena de muerte, que le fue conmutada por trabajos forzados de por vida. Veinte años duró en esas condiciones.
 En el mes de diciembre de 1960 yo tenía nueve años y recuerdo que estaba sentado en la cocina de mi abuela Sofía, al lado del fogón de carbón, ese día se había encendido para la ocasión (pues no siempre se encendía, salvo las horas de la comida y los domingos) Era de noche y estaban casi todos mis tíos, hablaban muy bajo. No había ni un solo vecino de mi abuela, me extrañó -pues mi abuelo era un hombre muy querido y respetado en el barrio. Yo aun no le conocía pero- recuerdo cuando iba a la tienda de ultramarinos con mi madre -Paco, el dueño de la tienda- siempre la preguntaba por su estado y más tarde añadía "que injusticia mas grande". Más adelante comprendí que el miedo les impedía ir a recibir a mi abuelo.
 Hacía una noche de perros, los días anteriores había nevado pero ese día no paraba de caer un aguanieve que a la sensación de frío se añadía el de la humedad, a fuera el patio estaba todo encharcado. Debían de ser mas de las nueve porque mi madre se fue a acostar a mi hermana Carmen, yo, me negué a irme, lloré y le dije a mi padre que quería conocer al abuelo, mi tía Luisa me echo una mano y me quedé, tenía sueño pero estaba muy excitado. Sonó una sirena y todos se precipitaron a la puerta, yo salté del fogón y les seguí, nada más salir, una pareja de la Guardia Civil (con tricornio capa y máuser al hombro) nos paró en seco y en tono amenazante y señalando una esquina del patio nos indicaron que permaneciéramos allí hasta nuevo aviso. Yo estaba helado -había saltado del calor del fogón a la intemperie y con lo puesto. Mi padre se agacho y me envolvió con su chaqueta abrazándome fuerte pero tiernamente, noté que lloraba -podía sentir sus escalofríos- todos llorábamos en silencio. Mi abuela Sofía se quedó dentro -no lloraba- (mi madre siempre decía que la abuela era muy fuerte, honrada y luchadora). Le traían en una camilla dos soldados, mi padre se puso de pie y todos se acercaron pero la G.C. lo impidió amenazándonos con las armas. A penas conseguí verle, pero me causó una gran impresión -estaba muy delgado y amarillo- le recuerdo respirando a borbotones por la boca. Esa noche me dormí tarde con angustia y llorando -contagiado por mis padres que lo hacían desconsoladamente- no sabía si lloraban de alegría o de tristeza. Mi madre abrazaba a mi padre y le besaba dulcemente.
 De los pocos ratos que pasé con mi abuelo (pues vivió pocas semanas) conservo recuerdos que -me gustaría no se borraran nunca. Yo, en una ocasión le pregunté si le habían detenido por no creer en dios, a lo cual me respondió -no sé si existe dios, pero si así fuera algún día tendrían que juzgarle por habernos creado defectuosos, porque si estamos hechos a su imagen y semejanza - qué decir de las guerras del hambre las injusticias creadas por "sus semejantes". Se supone que todo lo ve ¿también ve como nos matamos? y ¿llora?
 El cura de la Parroquia del barrio, todas las noches le visitaba (con el único fin de darle la extremaunción). Mi abuelo siempre se negaba diciendo -Sofía vamos a cenar que este señor se querrá marchar- y después me guiñaba un ojo. Cuando murió mi abuelo, me abracé a mi abuela y no lloré.

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