Argonauta

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¡Vencí, crucé el Cabo de Hornos!

Datos personales

sábado, 17 de octubre de 2009

MELILLA

                     Viajar, poniendo rumbo a lo desconocido
Mi primera experiencia viajera data del año 1968. Tenía diecisiete y quise visitar a un amigo que hacía la mili en Melilla. Yo vivía en Madrid y tuve que tomar un autobús con destino a Málaga, donde abordaría un Ferri que me dejaría en mi destino: el norte de África.
El viaje de Madrid a Málaga lo hice de noche y duró unas catorce horas (hoy día es lo que duraría el viaje a Buenos Aires). Llegué agotado, pues el "autocar" viejo y desvencijado, tuvo que hacer paradas cada cien o ciento cincuenta km, se calentaba y amagaba con dejarnos tirados en cualquier momento. Tuvimos suerte y no fue así. Llegamos a eso de las doce de la mañana, con un calor que licuaba el mercurio. Con parsimonia recogí mi petate y por la sombra me dirigí al puerto a comprar mi pasaje del Ferri que pondría rumbo a la colonia española en África. Estaba contento y aturdido. En la ventanilla de venta de pasajes había una cola interminable -de ciudadanos árabes sobre todo- que armaban un gran alboroto, varios agentes portuarios y algunos números de la benemérita intentaban poner orden sin mucho éxito. En vez de ponerme a la cola disimuladamente me arrimé a un grupo de reclutas con la intención de pasar desapercibido, pues mi petate también era militar (lo compré en el rastro). Funcionó. Los pelaos me dejaron. Evidentemente me distinguía de ellos sobre todo por el pelo, yo lo tenía largo, pero también por mi edad 17 recién cumplidos, aunque entre ellos había algún voluntario, pero como mínimo tenían 19. Pero lo que importaba era que las autoridades no me echasen de la fila, con la consiguiente reprimenda. Cuando por fin me tocó ¡sorpresa! no me podían vender el billete por ser menor de edad. Me quedé de una pieza. Salí de la fila y me senté a la sombra a pensar qué hacer a continuación. No sabía si “cortarme las venas o dejármelas largas”.
Decidí preguntar a algunas familias si podrían sacarme el pasaje a su nombre. No era fácil pues la mayoría pensaba que me había escapado de casa. Además debía hacerlo con discreción, guardándome de las miradas de las autoridades que me podrían complicar la vida más de lo que ya estaba. Por fin, un matrimonio sevillano se compadeció de mí.

Antonio Lázaro, así se llamaba la nave de Trasmediterránea (era la última adquisición de la compañía, tan solo tenía unos meses desde su flete en el puerto de Málaga). El buque causaba impresión, los musulmanes no paraban de alabarlo. De un blanco inmaculado y reluciente. La tripulación estaba orgullosa y celosa en su cuidado, se notaba por la forma en que se dirigían a los pasajeros ( sobre todo a los marroquíes que iban cargados de bultos envueltos en sábanas) .Disfrutaba de varias cubiertas y salones con televisión, también de comedores de distintas categorías y un servicio de bar. Los lavabos impolutos, cuando zarpamos claro. A la llegada a Melilla no se podía ni entrar. Nunca me pude explicar a qué se debía esa intención malsana. Los marineros culpaban a los marroquíes de no saber utilizarlos adecuadamente.
 La travesía duró unas cuatro horas y media. A mí se me hizo corto el viaje.
Melilla me desilusionó, teniendo en cuenta que era mi primer viaje importante. Crucé el mar, estaba en África ¿no? Pues sí, y aunque era una provincia española, pensaba en una ciudad con un toque exótico y que la mayoría de la gente vestiría a la manera tradicional: los hombres con la chilaba, babuchas y el típico gorro rojo con la borla bailando sobre la frente llamado “Fez” y las mujeres con sus jalabas, caftanes bordados a mano, y las sandalias con lentejuelas. Pensaba que las calles serían bulliciosas y de las casas y comercios saldrían los sonidos de su música tradicional (noubas y moulwas) mezcla de música y sentimiento árabe, y llenas de tiendas de artesanía. Pues me equivocaba. Me encontré en una ciudad moderna, con recientes inauguraciones, grandes avenidas, teatros y cines, bancos, agencias de viajes y nombres de calles tal como “Héroes de las campañas de África”, o “sargento tal” o “alférez cual”, “falangista mengano” y de generales, un montón. Una pequeña ciudad bien organizada, con demasiados cuarteles y uniformes verdes y caquis, para mi gusto. En fin ¡Qué desastre!
Tenía que ponerme a buscar a Quique, creía que sería fácil. Me equivoqué, es decir, encontré el cuartel pero mi amigo había salido de maniobras, y yo me quedé a cuadros. Ahora ¿qué coño iba hacer?
Regresé a la pensión que no era precisamente acogedora y sí sucia y muy ruidosa. El dueño tenía un tatuaje en el antebrazo derecho con una leyenda que decía: "si no eres de la legión- que te den maricón”. Él me contó que cuando efectuaba un saludo al cruzarse con un mando el tatuaje quedaba bien visible y legible. Si el mando era del tercio, suscitaba una sonrisa de complicidad. Si por el contrario no lo era podía ser motivo de arresto por ofensa en el saludo, se jactaba de haber sido arrestado más de cuarenta veces. Dios, me daban ganas de echarme a llorar.
Subí a mi habitación, guardé la ropa de nuevo en el petate, puse el candado (como si sirviera de algo) lo puse debajo de la cama y salí a la calle de nuevo.
Con el pequeño mapa que me dieron en el puerto me lancé a la búsqueda de mi Melilla. Me negaba a renunciar a ello. Melilla "La Vieja", la encontré, la recorrí y me largué dejando los cañones, las murallas y los fosos en su sitio. Me gustó mucho las vistas del faro. Cené cerca del puerto, lo mejor su gastronomía, pescado con arroz, buenísimo, un paseo hasta la pensión y a la cama.
Me levanté molido y lleno de granos. ¡No!, chinches. Recogí, pagué y me largué de allí rascándome a dos manos.
En la cafetería Madrid, donde desayuné café con leche y churros, me aconsejaron el Hostal Quebdana. Limpio, tranquilo y muy buena gente, resultó cierto. Un matrimonio de origen Bereber regentaba el hostal. La habitación pequeña pero muy limpia, olía a Jazmín. Disponía de un lavabo jabón y un par de toallas. El sol entraba a borbotones por la ventana, iluminando la habitación y también mi moral. Me asomé con discreción, aspiré con fuerza inundándome de nuevos aires como si de esa manera expulsara el mal fario que me acompañaba desde que salí de Madrid.
 Tercer día fuera de casa. Miércoles de semana santa, claro. Las manifestaciones “españolistas” eran más considerables en esta pequeña ciudad debido a su situación geográfica (una porción de Europa en África) Rodeada de países árabes, de ahí que se vieran tantas banderas españolas con el aguilucho y tantos cuarteles. Por eso, y por las connotaciones patrióticas de la época (Franco inició en esta parte del Estrecho, su golpe de estado contra el poder legítimamente establecido) Por tanto, la semana santa y el 18 de julio son las fechas de máxima exaltación a la bandera. La primera, representa la defensa de los valores morales de occidente (el cristianismo) La segunda, el poder militar (la dictadura) Bueno, pues eso, que muchos ensayos de pasos religiosos, con vírgenes de escayola ricamente ataviadas y muy pesadas portadas por costaleros y cofrades, con legionarios delante y detrás marcando el paso de la oca, muy serios eso sí, como si fueran los máximos defensores de la virtud y la decencia (ellos, que la mayoría eran unos blasfemos y pendencieros) muchas bandas militares y muchas saetas

.Mientras, en Francia se preparaban los acontecimientos que trasformaron seriamente la estética física y social. Terminaron con los adoquines de las calles y de las grandes avenidas, lo cambiaron por el asfaltado, mucho más práctico y homogéneo. Mayo del 68.

Dirigí mis pasos otra vez al puerto para comer algo, porque había desistido ir de compras, y por el momento la gastronomía era lo más destacado y sabroso de Melilla. Tomé una cerveza y unas gambas de tapa. El camarero, un malagueño muy salao pero nada empalagoso, me preguntó si quería comer. Me prepararía una “paellita con marisco y rape de la zona”. Le dije que era el cuarto día sin ir al servicio y creía que el arroz acentuaría mi estreñimiento.
- Quillo, me dijo, tengo la solución para tu problema. Siempre “funsiona”. Tú haz lo que yo te diga. ¿Tienes bañador?
- No -le dije-
- Bueno, yo te consigo uno.
Se fue y regresó con un culote de color negro
-Cámbiate en el servicio.
A mi regreso, me explicó su plan.
- Vas a ir a la playa del hipódromo que es la más limpia. Hay otra más “siquita” aquí al “lao”, pero es donde van los moros. Caminas por el paseo marítimo y te la encuentras. El agua está muy rica. Con este tiempo tú me dirás. Bueno, al problema, te metes en el agua y nadas hasta que no hagas pie, tú sabes, es pa que te la encuentres más limpita. Una vez allí te echas “pa tras”, abres bien la boca y echas un buen trago de agua. Verás tú, mano de “zanto”, y de “pazo” te regalas la vista con las “muheres” de los “ofisiales”, pues esta es la playa donde se refrescan. Chiss, pero mucho “cuidao” que los militares son muy “selosos” tú ya me entiendes. Una hora u hora y media y tienes la paellita.
 Cierto, había bastante gente y sobre todo mujeres, también con niños. Bueno a lo mío. Me quité la ropa, nadé para alejarme un poco, me sumergí abriendo bien la boca y noté que algo me entraba en ella. Saqué la cabeza precipitadamente y llevándome las manos a los labios toqué un hilo que colgaba.¡Me estaba ahogando! Tenía la garganta atascada, tiré del hilo y saqué algo parecido a una bolsita de infusión, pero redondo y de color rosado. Salí del agua, estaba un poco aturdido, me sequé y me dirigí de nuevo al puerto, no, sin dejar de darle vueltas a mi cabeza sobre ese artilugio de algodón que me dio un buen susto. Debía de ser de una escopeta de juguete que disparan corchos, solo que ahora son más modernas y disparan algodón, porque hacen menos daño.
 Bueno, a comer, me espera una buena paella.
Le comenté el incidente al malagueño y sobre todo, que no sabía qué era el objeto rosado. El hombre no daba crédito. Dio media vuelta, se dirigió a la barra. Vi que comentaba con su compañero y se reían sin cortarse ni un pelo. Le llamé y me explicó sacándome de mi ignorancia. Me fui corriendo al lavabo. Funcionó, ya lo creo que funcionó lo del traguito.
No probé la paella.
Resolví marcharme de Melilla ese mismo día.